Diego de Torres Villarroel

Semblanza

Autoría de este texto

Texto escrito por Manuel María Pérez López, Universidad de Salamanca. Publicado originalmente en la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, en el Portal dedicado a Diego de Torres Villarroel.

Torres Tomás Hijo

Diego de Torres Villarroel (1694-1770) fue el escritor más atractivo de la primera mitad del siglo XVIII español: original, complejo, dotado de un vitalismo desbordante de signo transgresor, gran dominador del lenguaje y autor de una producción amplísima, bajo cuya aparente dispersión o heterogeneidad subyace una profunda coherencia interior. Fue un espíritu moderno en lo sustancial, cuya vida y obra ejemplifican con máxima viveza la complejidad, luchas e incertidumbres de la encrucijada histórica que conduce a la modernidad.

Portada almanaque

Sin embargo, su figura ha llegado hasta nosotros distorsionada por abundantes adherencias folclóricas, en parte alentadas por algunos pasajes de su autobiografía. Se le siguen atribuyendo supuestas profecías astrológicas que no están en sus textos (la muerte de Luis I, la Revolución Francesa…), ignorando el permanente distanciamiento burlesco con que el Gran Piscator de Salamanca ejerció la comercial actividad seudoastrológica de sus Almanaques. Se ha elevado a rango caracterizador y aun profesional (¿Torres curandero? ¿Torres guitarrista, bailarín, torero, soldado…?) el repertorio de tópicos procedentes de un dudoso anecdotario juvenil ajeno a la madurez del escritor. Con demasiada frecuencia, estos elementos extraliterarios han pesado en su estimación crítica más que sus textos, hasta ahora de difícil acceso en su conjunto y muy raramente leídos, a excepción de la Vida.

Busto Cueva de Salamanca

De hecho, no entró con buen pie Diego de Torres en el canon literario elaborado por la crítica académica de comienzos del XX, que insistió en desterrarlo incluso de los umbrales de la modernidad, al considerarlo como un mero producto epigonal de la decadencia del Barroco, o bien como un pintoresco intruso, extravagante y retrógrado, en el período ilustrado. En realidad, ni Barroco ni Ilustración proporcionan el enfoque preciso para comprender plenamente la identidad de este autor, aunque constituyan, sin duda, planos ineludibles de referencia y contraste. Porque, como arriba quedó apuntado, su vida y su obra son, precisamente, el testimonio vivo de la problemática transición entre ambos períodos, desde el dogmatismo secular de la mentalidad barroca a la modernidad ilustrada, tanto en el plano del pensamiento filosófico-científico como en el alumbramiento de nuevas formas literarias al servicio de la nueva mentalidad incipiente.

En el primero de ambos aspectos, su deficiente formación inicial, propia de la postración e inmovilismo de la universidad de entonces, no impidió que por instinto y convicción, y ayudado por el indomable espíritu de independencia de su carácter, compartiera con los innovadores planteamientos y actitudes: antiescolasticismo radical, prudente separación de ciencia y fe, defensa del empirismo aplicado a las ciencias de la naturaleza… Su proceso de progresiva permeabilidad a la ciencia y pensamiento modernos resultaría frenado en su recorrido por las severas derrotas que el rencor de sus inflexibles adversarios en el claustro universitario consiguió finalmente infligirle. El destierro de 1732 y la posterior condena inquisitorial de 1743 minaron su vitalidad, le empujaron al sacerdocio y cambiaron su vida.

Torres hacia 1735

Idéntica tensión entre tradición y renovación se aprecia en el campo de la creación literaria. Torres nació como escritor dentro del sistema de formas literarias heredadas del siglo XVII, pero desde el principio dejó en él su huella personal y renovadora. Convirtió toda su obra en un inmenso espacio autorreferencial cuya culminación en 1743 -el texto de la Vida- marca el inicio de la autobiografía española moderna. Enriqueció la modalidad quevedesca del sueño con la brillantez estilística y la viveza testimonial de Visiones…, y supo renovar el género haciéndolo desembocar en la novela; porque verdadera novela, y de precocísima y asombrosa modernidad, es Correo del otro mundo (1725). Dignificó el género popular e infraliterario de los almanaques o pronósticos, y nos dejó esparcidas en los suyos algunas de las páginas más vivas de la narrativa dieciochesca. Cultivó con calidad la poesía, tanto en su vertiente culta como popular, y la frescura de sus sainetes y demás piezas teatrales breves se anticipan al costumbrismo posterior. Finalmente, supo crear un estilo sencillo y directo para sus tratados y opúsculos de divulgación, al servicio de un ideal de instrucción popular, práctica, útil para la vida y para la diversión.

Con todo, la más visible seña de identidad de su modernidad está en el sentido de la lucha por la vida que libró sin tregua con las solas armas de su ingenio y su pluma, inaugurando en España el nuevo estatus del escritor moderno. Su rebeldía contra el destino de pobreza ligado a su origen humilde, su conquista de la libertad a través de la celebridad y de la independencia económica ganadas como escritor, estuvieron permanentemente alentadas por su convicción respecto al valor primordial de la individualidad; por su defensa del derecho de toda persona a construir su vida sin la esclavitud de dogmas y prejuicios, y a disfrutar de la plenitud de la propia existencia. La modernidad fue construida no solo por los contados genios que renovaron la filosofía y la ciencia, sino por quienes anticiparon en la realidad social, encarnándolos en sus propias vidas, los ideales de una nueva mentalidad emergente.